jueves, 14 de agosto de 2014

El mathomero y su problema

"Como dragón viejo estoy lejos y estoy cerca;
emprendo fácilmente el vuelo si no se me ata con mesura.
Tengo múltiples formas, olores y figuras;
llevo en mí el vigor del varón y de la hembra."

Así entonaba uno de los jóvenes dracónidas mientras exploraba una cueva del Tohu va Bohu, cuando le sorprendió una especie de nómada forastero de curiosa silueta.
   -Ayúdame buen joven, pues ando buscando una tribu legendaria, la más experta en el trato con los dragones, que llaman los Dracónidas- le dijo.
   -Tu buen sino te ha llevado hasta ellos, hombre de tierras lejanas. Dime, ¿en qué podemos ayudarte?- respondió el joven; entonces el forastero inició su relato.

Resultó ser un mathomero dragonero de más allá del lago Tunkashila que se dedicaba a encontrar y vender fragmentos de dragón. En uno de sus paseos había llegado a una aldea desolada por uno de los dragones corrompidos; esta bestia malhumorada y ávida de riquezas había sembrado el pánico y la destrucción en aquellos lares. Sabiendo de la existencia de los Dracónidas y de su habilidad para con los dragones, los aldeanos le habían enviado a él, un pobre vendedor ambulante, a implorar ayuda.
No era la primera vez que la gente acudía al pueblo dracónida por pequeñas escaramuzas con dragones pero hacía mucho tiempo que no habían tenido noticias de un dragón corrompido. Se presentaba una situación delicada pues estas criaturas, llevadas por la codicia, habían pervertido su naturaleza y viciado la finalidad de su existencia; convertidos a la mundanidad, utilizaban cualquier recurso que respondiese a sus caprichos.


Precavido, el joven dracónida llevó al mathomero ante los ancianos a quienes expuso la historia a lo que éstos insistieron en la necesidad de dos: la prevención de un eclipse lunar y la destreza dracónida de una de las mejores cazadoras, Aesch del Bohu del norte. Su capacidad para pasar desapercibida y su dominio en las diferentes personalidades de los dragones serían de gran ayuda para dominar a la bestia hasta que los sabios calculasen el día del eclipse para someterla del todo.
Lejano quedaba aún ese día mientras Aesch y el mathomero iniciaban su viaje en la que sería su primera gran aventura.




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